Crítica: Ratatouille

Al igual que los grandes estudios, también prepara minuciosamente sus blockbusters veraniegos o de la temporada. Grandes inversiones, planificados esfuerzos en la realización de los proyectos y enormes campañas de promoción . Nada que envidiar a otros, más bien al contrario, muchos son los que deben aprender y medirse con ella.
Y sin embargo, tiene la decencia (también gracias a este genio llamado Brad Bird) de ofrecer un producto, no por comercial y publicitado, que deje de resultar inteligente, imaginativo y cinematográficamente, muy bien hecho.
No como toda la ristra de blockbusters que he padecido durante las últimas semanas. Y eso va tanto por los que he visto como por los que me he negado a ver. Películas que confundían la aparatosidad o el ir acumulando efectos con ingenio o diversión asegurada. Que por el hecho, la mayoría, de ser secuelas de títulos populares anteriores creían que tenían por lo menos la mital del terreno ganado. O cuya mediocridad se incrementaba aún más cuando intentaban ofrecer algun viso de originalidad entre sus imágenes.
Finas ironías.
‘Ratatouille’ también es un blockbuster con todas las de la ley; un gigante que requiere ingresar en taquilla fabulosas cantidades de dinero para amortizar sus costes y asegurar la continuidad de futuros proyectos del estudio. Y no por ello es un guiso que de gato por liebre, sinó capaz de alimentar con solidez tanto a pequeños como a grandes.
Algunos de sus mejores ejempos están entre sus ironías argumentales. Una de ellas es la de presentarnos a una rata, Remy, habitante de las cloacas (animal que se asocia con la comida más putrefacta), y por cierto, un personaje nada cargante, como chef culinario de un exquisito restaurante, en horas bajas, de París.
Otra es la de atreverse a reñir, amistosamente y con el aplauso de los aludidos, a los críticos en un ejercicio final, a través del siniestro Anton Ego (crítico gastronómico y, por extensión, también cinematográfico o artístico), y su reflexión sobre la profesión de vilipendiador de restaurantes (que también podría ser el de películas). Y lo hace con mayor fortuna que el genio de Shyamalan donde en la (excelente) ‘La joven del agua’ también osaba introducir como personaje desagradable a un crítico de cine, en una ocurrencia que no sentó nada bien, sobre todo, a los cronistas especializados de EE.UU.
Elogio al respeto.
Y queda el disfrutar también de un Anton Ego que, en una escena prodigiosa, hallará su particular Rosebud en ese guisado en forma de Ratatouille, típico de la campiña francesa.
O de las sabias dosis de comedia que rememoran a los clásicos, con malentendidos, paranoias o esos torpes movimientos de Linguini, el chico de la basura aspirante, gracias a la mediación de Remy, a erigirse como nuevo rey de la cocina parisiense. Y un Linguini que recuerda a un Jerry Lewis o Peter Sellers en su mejor momento.
Y, como diría Gusteau, otro de los personajes del film, “cualquiera puede cocinar”. Una frase que, en el contexto de ‘Ratatouille’ lleva su sentido más allá, convirtiendo el film en un magistral elogio a favor del respeto entre razas, culturas o cualquiera que nos parezca ‘diferente’.
Una palabras que nos dicen que el talento puede proceder de una persona de cualquier parte o condición. En este caso llega de un estudio adinerado y poderoso, que ha logrado estar a la altura. Gracias Brad Bird, y Pixar, por recordarnos que el talento aún existe entre lo llamado comercial.
Valoración: ( ***** )
(*****) Obra maestra. Disfrute total.
(****) Me ha gustado muchísimo. ¡Una maravilla!
(***) Me ha gustado. Buena película,
(**) Me ha gustado, pero con reparos.
(*) No me ha gustado, pero tiene sus "cosillas"
(●) No me ha gustado nada, pero si le apetece, usted mism@